
Como hombres hemos nacido con muchas desventajas respecto a las mujeres. Reconocer esto es vital porque establece nuestro punto de partida para eliminar o acortar la desventaja. Tal como hemos sido diseñados no estamos en condiciones superarlas pues sus habilidades sociales son muy superiores a las nuestras.
Si alguien cree que puede vencerlas en su juego está equivocado ya que pueden reconocer nuestras intenciones interpretando nuestros gestos. Nunca las subestimen pues la naturaleza las dotó de esa capacidad. Tarde o temprano serán madres (su cuerpo está diseñado para albergar a otra vida) y deberán reconocer las muecas de su prole. Como los infantes no hablan hasta que ellas mismas les enseñan sus primeras palabras, la evolución ha permitido que puedan entender sus chillidos y otros sonidos aparentemente irreconocibles.
Poner de manifiesto la desigualdad de nuestro género debe servir para cambiar nuestra personalidad y modificarl a manera en la que nos relacionamos con ellas. Afirmar que no las entendemos, que joden demasiado, que agotan nuestra paciencia o que nos parecen locas hace que claudiquemos ante ellas. Es como rendirnos a conocerlas y a descifrar las motivaciones su juego.
Las mujeres no son difíciles de tratar. Es un mito suponer que son absolutamente indescifrables pues sus claves no son del todo secretas. Si creemos que lo son es porque nos han hecho pensar eso a lo largo de los siglos. Que Freud haya renunciado a profundizar su misterio no quiere decir que sean imposibles de conocer.
Antes de reajustar nuestro carácter y prepararnos para comenzar a abordarlas, conviene saber que lo que ellas buscan es lo que no tienen, y lo que no tienen son nuestros genes. Es decir, nos buscan en función de nuestros antecendentes genéticos. Son buscadoras natas de información relevante que les proporcione un perfil más completo de sus potenciales parejas.
Su arte mayor es el del engaño o disimulo. Ellas nos engañan con tal convicción que parecen honestas cuando lo hacen. Sin darnos cuenta nos engañan y van averiguando nuestros principales intereses, esto es, nuestras tendencias. Lo que pretenden con ese juego es que no sepamos realmente lo que está sucediendo. Intentan desconcertarnos, comportándose de manera imprevisible, para que no tengamos tiempo de reaccionar ni jugar con ellas.
Nos mantienen en vilo porque la probabilidad de que las engañemos es muy alta cuando descubrimos que una mujer quiere algo de nosotros; cuando poseemos ese conocimiento somos capaces de engañarlas. Por lo tanto la mujer debe mostrar sus cartas lentamente. Esto las lleva a manipular a su pareja sin que lo sepa y saber ella que lo está manipulando.
La mujer nunca pierde de vista la perspectiva aunque nos parezcan demasiado emocionales y susceptibles. Son apariencias nada más. La mujer siempre sabe lo que está haciendo. Esto es lo que nos diferencia cuando interactuamos con ellas. Su estrategia consiste en no revelarnos que están interesadas en nosotros. Nosotros solamente lo suponemos porque somos muy primitivos.
Que ellas sean mucho más listas al momento de juzgar el comportamiento no verbal y en hallar las pistas de nuestros comportamientos las coloca en una posición evolutivamente superior, pero no imposible de remontar.